Amado Don Pedro «Hombre para los demás» – Artículo #6 “VISIÓN AND MISIÓN”

Este año, 2023, mientras celebramos el 50 aniversario de la famosa exhortación del padre Pedro Arrupe “Hombres y mujeres para los demás” es un placer compartir el artículo #6 de la serie Amado Don Pedro «Hombre para los demás».

Esta serie de artículos escritos por el padre Hedwig Lewis SJ, un gran escritor jesuita de la Provincia de Gujarat en la India abarca anécdotas de la vida del padre Arrupe, sus escritos, experiencias vividas y pensamientos espirituales.

Todos los educadores de nuestra comunidad global están invitados a aprender y reflexionar sobre quién fue el padre Pedro Arrupe y su legado a la educación jesuita.

Compartiremos un artículo al mes en los que invitamos a todos y a todas a compartir sus reflexiones y comentarios, en la sección de comentarios situada al final de cada artículo.

Esperamos que disfruten de este recorrido, donde podrán conocer más sobre el padre Pedro Arrupe y las raíces de su famosa exhortación “Hombres y mujeres para los demás”.

A continuación, compartimos el artículo #6 “Visión And Misión”.   

VISIÓN AND MISIÓN

Siguiendo los pasos de Francisco Javier, el P. Arrupe partió de Seattle (USA) a Yokahama (Japón) el 30 de septiembre de 1938 y llegó a la Bahía de Tokio el 15 de octubre. Permanecería en Japón hasta el 1965, por 27 años, más de un tercio de su vida. El P. Arrupe recordaba sus primeras impresiones de Japón:

“En ese tiempo no me enfocaba en la experiencia misionera sino en un aspecto personal negativo: el descubrimiento de una realidad diferente a la que esperaba y por encima todo el sentimiento de soledad. Comencé a trabajar con curas alemanes en un país cuyo idioma no conocía”.

En Tokio, el P. Arrupe puso toda su energía en aprender el difícil idioma japonés. También dio lo mejor de sí para adquirir un verdadero conocimiento de la cultura japonesa, en particular de la caligrafía, los arreglos florales y la ceremonia del té, los cuales permanecieron con él el resto de su vida. También adoptó como su pose de oración favorita la tendencia japonesa de sentarse en cuclillas sobre una pequeña alfombra. Fue también durante este período, en particular, como él mismo contaba en una ocasión, mientras celebra una misa con un compañero jesuita en el la cumbre del monte Fuji profundizó su determinación de llevar a Cristo a los entonces 80 millones de personas en Japón que todavía no lo conocían.

Después de estudiar japonés por 18 meses en Tokio, el P. Arrupe fue enviado a Ube (en 1940), una ciudad industrial cerca de Hiroshima, donde podría practicar lo que había aprendido, en el asentamiento (un trabajo social en la Universidad Sofía).

Ministerio pastoral

Después de permanecer en Ube por un par de meses, fue designado como cura misionero y parroquial en Yamaguchi, una ciudad rural y conocida por su historia en el oeste de Japón, a unos 200 km de Hiroshima.

Su sensibilidad natural lo ayudó a ganar el corazón de la gente a quienes luego les escribiría con gran afecto y conocimiento. Tuvo sus primeros convertidos, con algunos de los cuales se escribió por el resto de su vida. Fue aquí donde bautizó a un hombre joven, Hayashi, quien se convertiría en el primer jesuita profeso de la Provincia japonesa y quien fue nombrado delegado suplente de Japón para la Congragación General 33.

Prisionero

Fue también un cura de una parroquia en Yamaguchi que aprendió a sufrir por Cristo. Inmediatamente después de Pearl Harbor, durante el invierno helado japonés fue encarcelado por 33 días en una celda sin calefacción de cuatro metros cuadrados, sin cama ni mesa Fue interrogado, algunas veces por 36 horas de corrido, como un espía, luego se probó que el cargo era completamente sin fundamentos.

Misión

El 13 de marzo de 1942, el P. Arrupe fue transferido a una residencia jesuita en Nagatsuka, a seis kilómetros de Hiroshima. Fue nombrado vicerrector y maestro de novicios.

Fue en Nagatsuka un 6 de agosto de 1945 a las 8:10 de la mañana cuando estaba en su oficina que sintió la primera bomba atómica mundial, que se tiró en Hiroshima, la cual destruyó la ciudad y mató aproximadamente a 80 000 personas en el instante. El P. Arrupe vio el cegador destello de luz. Un momento después escuchó el estruendo y el poder sísmico de la bomba lo arrojó al piso del otro lado de la habitación, mientras caían sobre él pedazos de vidrios y revoque. La casa jesuita en Nagatsuka sufrió importantes daños.

Poco tiempo después, los refugiados comenzaron a llegar de la ciudad. El P. Arrupe utilizó sus habilidades médicas en el servicio de los heridos y de los moribundos, transformó el noviciado en un hospital improvisado para más de 200 personas gravemente marcadas, por seis meses. Durante este tiempo, solo dos personas fallecieron: un récord extraordinario.

El 22 de marzo de 1954, el P. Arrupe fue designado viceprovincial. El 18 de octubre de 1958 fue designado como el primer provincial de la nueva Provincia de Japón, la cual se integraba por más de 300 jesuitas de alrededor 20 países. Fue el primer español que tuvo ese cargo que había sido una misión de los jesuitas españoles y que lo tuvo por 11 años en lugar de seis desde que en 1958 el vicepresidente estableció la Provincia de pleno derecho y tuvo un nuevo término. Grandes números de jesuitas jóvenes de todo el mundo, pero, particularmente, de España comenzaron a unirse a los jesuitas en Japón.

El 22 de mayo de 1965, el P. Arrupe fue elegido General Superior de la Compañía de Jesús.

LA MANO DE DIOS

El P. Arrupe solía referirse a su vida como un “camino zigzagueante”. Una vez explicó lo que había querido decir con eso:

“Creo que puedo clarificar esta expresión mencionando algunas de las ciudades en las que he tenido experiencias muy movilizadoras, experiencias que me han hecho quien soy hoy: Madrid, Lourdes, Loyola, Valkenburg, Viena, Cleveland, Nueva York, Tokio, Hiroshima y otras. Hay que considerar también que la Compañía me preparó para ser un profesor de teología moral y me convertí en un misionero en Japón…

“Cada momento de mi formación en los campos de medicina y psiquiatría fue, más allá de las apariencias, un paso que me preparó para mis actividades en Japón. Estoy convencido realmente de que, si desde los comienzos de mi vida en la Compañía, mis estudios hubiesen estado orientados a la misión japonesa, no hubiera recibido una mejor formación para este trabajo que la que recibí en mi preparación para enseñar en el campo de la medicina moral. Por ejemplo, durante ese período aprendí alemán e inglés (dos lenguas esenciales en una misión que primero fue encomendada a Alemania antes de que se convirtiera en internacional), me hice amigo de un par de jesuitas que luego serían mis compañeros en Japón y el conocimiento médico que adquirí en aquel tiempo se convertiría servicio máximo después de la explosión de la bomba atómica en Hiroshima”.

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“(Un) evento personal importante fue mi encarcelamiento por un mes en Yamaguchi. Japón estaba en guerra y me acusaron de espionaje. Sin embargo, esto no lo supe hasta el final. Sin nada excepto una esterilla para dormir pasé días y noches en el frío diciembre, completamente solo. Me atormentaba la incertidumbre por no conocer la razón de mi encarcelamiento. Muchas fueron las cosas que aprendí durante este tiempo: la ciencia del silencio, de la soledad, de la pobreza austera y severa, del diálogo interno con el “huésped de mi alma”. Creo que este fue el mes de mayor aprendizaje de toda mi vida”.

ANÉCDOTAS

El día de Navidad, el P. Arrupe se sentía abatido cuando, de pronto, escuchó voces afuera de la celda. Mientras algunos continuaban hablando (para engañar a los guardias), otros en voces encubiertas cantaron un villancico que él mismo les había enseñado a los cristianos. El P. Arrupe se dio cuenta inmediatamente que su gente, sin importarle el peligro de ser descubiertos y castigados, habían venido a consolarlo. Duró pocos minutos, pero el Príncipe de la Paz había llenado el corazón del P. Arrupe con tranquilidad y alegría. Ese fue su Navidad más feliz. Había aprendido lo que era ser indefenso y cuánta alegría pueden traer los actos de amor a los indefensos.

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El P. Arrupe estaba haciendo sus recorridos usuales por las calles de la ciudad bombardeada con medicinas, vendajes y comida para las víctimas desamparadas, cuando se cruzó con una choza de lata y palos en donde alguna vez había habido una casa. En la choza encontró a una niña cristiana llamada Nakamura San. Todo su cuerpo era una gran herida, llena de quemaduras y pus supurante. Cuando el P. Arrupe buscó limpiar sus heridas, se le salió la piel (podrida y llena de gusanos). El P. Arrupe se arrodilló a su lado, atónito de horror y compasión.

Fue allí cuando Nakamura abrió sus ojos y con alegría le preguntó al Padre Arrupe: “Padre, ¿me ha traído la Sagrada Comunión?” El P. Arrupe asintió. Con lágrimas de alegría la ferviente niña recibió el Pan de Vida. Al poco tiempo, dio su último suspiro.

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Hombre de visión

Don Pedro estaba animado por una fe vivificante y profundamente arraigada que vio la mano de Dios guiando la historia humana, en todas las vidas y, en particular, en su propia vida. Hablaba con soltura y gracia sobre cómo Dios lo había guiado a través de las diferentes etapas de su vida y se había preocupado incesantemente por él. Vincent T. O’Keefe SJ

Pedro Arrupe fue un hombre de Dios y un hombre del mundo en el mejor sentido de ese término. Lejos estuvo de ser mundano, sino que su visión acogía el universo entero y su corazón misionero abrazaba a todas las personas. J. Correa-Affonso SJ

Arrupe definía la inculturación como “la encarnación de la vida cristiana y del mensaje cristiano en un contexto cultural particular de un modo que esta experiencia no solo encuentra expresión a través de elementos propios de la cultura en cuestión, sino que se convierte en un principio que anima, dirige y unifica la cultura, la trasforma y la rehace para dar lugar a una “nueva creación”.

También identificó las actitudes que deben caracterizar los esfuerzos en la inculturación: docilidad al Espíritu, discernimiento “de cada a la infinidad de elementos esenciales y accidentales que constituyen una cultura”, humildad, paciencia, caridad discreta y un amor que es universal, “que mantiene, cueste lo que cueste, la comunión con todo el Pueblo peregrino de Dios unido bajo el Santo Padre, el Vicario de Cristo.”

Esta fue la visión de Pedro Arrupe para la misión moderna, un plan que él mismo siguió en todos sus puntos principales como misionero en Japón. Robert Rush SJ