Amado Don Pedro «Hombre para los demás» – Artículo #4 “FORMARSE PARA EL MAGIS”

Este año, 2023, mientras celebramos el 50 aniversario de la famosa exhortación del padre Pedro Arrupe “Hombres y mujeres para los demás” es un placer compartir el artículo #4 de la serie Amado Don Pedro «Hombre para los demás».

Esta serie de artículos escritos por el padre Hedwig Lewis SJ, un gran escritor jesuita de la Provincia de Gujarat en la India abarca anécdotas de la vida del padre Arrupe, sus escritos, experiencias vividas y pensamientos espirituales.

Todos los educadores de nuestra comunidad global están invitados a aprender y reflexionar sobre quién fue el padre Pedro Arrupe y su legado a la educación jesuita.

Compartiremos un artículo al mes en los que invitamos a todos y a todas a compartir sus reflexiones y comentarios, en la sección de comentarios situada al final de cada artículo.

Esperamos que disfruten de este recorrido, donde podrán conocer más sobre el padre Pedro Arrupe y las raíces de su famosa exhortación “Hombres y mujeres para los demás”.

A continuación, compartimos el artículo #4 “Formarse para el Magis”.   

 

FORMARSE PARA EL MAGIS

Pedro Arrupe entró al noviciado jesuita en Loyola, España, el 15 de enero de 1927, a los 19 años. En su primer año del noviciado, escribió reflexiones sobre su devoción al Sagrado Corazón. Las mismas se multiplicaron como El disco de Arrupe y se entregaron a la comunidad. En el segundo año del noviciado, Arrupe se convirtió en el tutor de un novicio, Benjamin Mendiburu. Benjamin recuerda cuánto se benefició de su cercanía con Arrupe, «un verdadero santo».

En julio, Arrupe partió con otros dos novicios rumbo a la peregrinación «experimento». Cuando pasaron por la Universidad de Deusto, los recibió nadie menos que el santo Hermano Gárate. Uno de los jesuitas, el Hermano Javier de Liédena, quien había conocido a Pedro Arrupe durante ese tiempo, lo describe como alguien atlético, con rasgos angulares y una nariz puntiaguda, «como Ignacio». Arrupe era un hombre con un encanto natural y de gran cortesía.

Al noviciado le seguió el juniorado en Loyola. Arrupe confesaba: «Mi deseo de ir a Japón viene desde mi primer año del juniorado. Durante mi retiro anual, tuve una «visión» claro de que mi vocación era ser misionero en Japón».

«Mi vocación no fue en línea recta», admitiría. «La oposición, las dificultades, las órdenes contradictorias, «…», todo esto precisamente porque Dios me quería allí, en Japón».

En el otoño de 1931 comenzó sus estudios de Filosofía en Oña (Burgos). Los comienzos del 1930 eran tiempos de gran agitación social en España. En las elecciones llevadas a cabo en abril de 1931 ganaron los socialistas. La Compañía de Jesús se disolvió y todos sus bienes se nacionalizaron. Se envió a los académicos jesuitas a Marneffe en Bélgica para terminar sus estudios.

Arrupe no tuvo un período de regencia, sino que fue enviado en 1933 a comenzar Teología en Valkenburg en Holanda. En el curso de sus estudios en Teología, se interesó en cuestiones éticas, en particular en la ética médica. Tuvo la fortuna de especializarse en ética médica bajo el reconocido teólogo moral P. Hürth. Mientras estuvo en Valkenburg, Arrupe se contactó con el Provincial jesuita en Baja Alemania, la provincia que había fundado una misión jesuita en Japón.

A fines de su tercer año de Teología, Arrupe y 39 de sus compañeros estaban listos para el gran día, su ordenación. Su retiro en Marneffe, guiado por el P. Leturia, comenzó el 16 de julio de 1936. Fueron ordenados subdiáconos y diáconos el 27 y el 28 de julio respectivamente. La ordenación se llevó a cabo por el santo obispo Kerhoss de la diocesis en una ceremonia tranquila en Marneffe el 30 de julio de 1936. Como la guerra civil ya se había desatado en España, no había posibilidad de que los familiares estuvieran presentes.

A comienzos de septiembre de 1936, el Padre Arrupe recibió un telegrama lacónico de su provincial: «Organiza inmediatamente un viaje a Estados Unidos». A este mensaje le seguía el nombre del remitente, nada más. El 15 de septiembre el Padre Arrupe abordó en el Jean Jadot, el barco de vapor era lo último en lujo, con cabinas magníficas, camas de dos plazas, armarios enormes, agua potable, luz eléctrica. Lo cual no le agradaba, por decirlo suavemente, porque quería viajar de modo humilde como San Francisco Javier.

Para su cuarto año de Teología [1936-1937] se lo envió a la Universidad Santa María, Kansas (Estado de Missouri), y luego a la Universidad Estatal Stanislaus para su Tercera Probación en Cleveland, Ohio. Uno de sus compañeros de tercera probación recordaba:

El verano anterior, él (Arrupe) usó 99 boletos para el clero (descuento de viaje) de 100. Cuando lo reprendíamos por sus viajes, su prodigalidad y las faltas de pobreza, respondía: «Hice lo mejor que pude para usarlas a todas, pero no lo logré, así que desperdicié el número 100». Evidentemente sus superiores le habían ordenado ver tanto como le fuera posible de la asistencia norteamericana.

Por tres meses durante su Tercera Probación el P. Arrupe realizó trabajo pastoral es una prisión en la ciudad de Nueva York con comunidades hispano hablantes, en especial puertorriqueños. Cuando el servicio llegó a su fin, los prisioneros le hicieron una gran fiesta de despedida en la cancha de béisbol. La atmósfera, que unos minutos antes había estado llena de obscenidades y blasfemias, se reemplazó por más de 700 voces entonando canciones latinoamericanas en español, acompañados de instrumentos rústicos hechos a mano. Una vez que la nostálgica serenata terminó, hubo un absoluto silencio en la cancha. El P. Arrupe se emocionó, luego expresó su agradecimiento y cantó con su voz barítona un zortziko vasco, una canción de cuna, llena de ternura. Reflexionando sobre su experiencia en la prisión, el P. Arrupe decía:

«Es imposible expresar el misterio de la vida de estos grandes hombres, responsables de actos atroces, y al mismo tiempo, capaces de demostrar, a su modo, una gran sensibilidad y tacto».

El 30 de septiembre de 1938 partió de Japón, el país en el que había puesto su corazón, tras las huellas de San Francisco Javier.

Descripción de Arrupe de un jesuita joven

«¿Qué imagen darías de un jesuita joven hoy, especialmente en Europa?» fue la pregunta del entrevistador. El P. Arrupe respondió lo siguiente:

En primer lugar, debería, como dice San Ignacio, «haber superado su niñez». Debería haber tenido las experiencias que todo buen joven católico tiene en su entorno normal, la vida de familia, de estudiante y cosas como tal, e incluso, quizás, la experiencia de estar enamorado de una joven, lo cual es una experiencia adolescente que, ya sabes, uno no puede tener en la Compañía.

En otros aspectos, es importante que sea un hombre comprometido, que pueda comprometerse a seguir a Jesús para toda su vida. Y también debería ser un hombre idealista que tiene el deseo de hacer algo bueno por la Iglesia y por el mundo. «Hombre para otros»

Arrupe y los tipos de jesuitas

En su documento «Nuestro modo de proceder», el P. Arrupe presenta cinco «modelos», aclarando en una nota que «eran solo esbozos aproximados que en la vida real podrían tener cualidades compensadoras en cada caso en particular».

El primer tipo es el «opositor a tiempo completo». Sin dudas, la denuncia puede ser una tarea profética y evangélica. Pero del mismo modo es verdad que uno debe saber cómo, dónde, sobre qué, sobre quién y de qué forma denunciar y en virtud de qué principios, para que el reclamo sea verdaderamente evangélico y constructivo…

El segundo tipo es el «profesional» que se deja absorber totalmente por los aspectos seculares de su profesión, a pesar de que pueda tener un valor apostólico real. No debería dejar que su trabajo lo hiciera llevar una vida prácticamente independiente y desconectada de su comunidad y sin ningún tipo de dependencia de un Superior. Está en una situación particularmente peligrosa si se involucra en tal trabajo más por iniciativa personal que por una misión que la Compañía le asigna después del debido discernimiento.

El tercer tipo es el jesuita irresponsable que no encuentra valor en cosas tales como el orden, el asistir a reuniones, el valor del dinero, la moderación en su recreación, etc. Generalmente, posee una alergia injustificada a cualquier tipo de control en su trabajo, ya sea en el estudio o en otra actividad. Y puede haber peligro también si es irresponsablemente libre en su trato con mujeres jóvenes, incluso sin son religiosas. La imagen de la Compañía que una persona así da, para decirlo suavemente, es mala.

Un cuarto tipo es el activista político, lo cual es bastante diferente del apostolado social.

Finalmente, hay un tipo de jesuita que es un tradicionalista fanático que construye su vida alrededor de símbolos y prácticas de una época antigua: sus costumbres, el plan rígido de su vida, la formación de sus prácticas personales y litúrgicas y de su espiritualidad. Puede adoptar una postura profética intolerable, creyéndose un intérprete infalible del Evangelio y un juez de vivos y muertos, hablando y escribiendo apasionadamente en contra de personas e instituciones. O puede caer en un pesimismo depresivo, una combinación de estar amargado y vivir en el pasado.

Arrupe sobre el «MAGIS»

Me temo que los jesuitas tenemos muy poco o nada para ofrecerle a este mundo, o que tenemos nada o poco por decir o hacer en este mundo para justificar nuestra existencia como jesuitas. Me temo que podemos repetir las respuestas de ayer para los problemas de mañana, tomar caminos que los hombres ya no entienden, hablar un lenguaje que no habla al corazón del hombre de hoy. Si hacemos esto, estaremos hablando cada vez más de nosotros, nadie nos escuchará, porque nadie entenderá lo que intentamos decir.

PARA REFLEXIONAR

La caridad, como cualquier otra virtud, aspira al crecimiento. Pero en Ignacio, el hombre del «magis», este crecimiento es una sed insaciable. «Crecer», «aumentar», «avanzar» son términos recurrentes en sus escritos. «Crecer en el servicio» es una expresión favorita. «Avanzar» aparece muchas veces en su carta de acompañamiento con la exhortación urgente de que sea «cada día más», «día a día», «continuamente», «incluso hasta la perfección». Su deseo de progreso para sus hijos es tal que, en las Constituciones, incluso sugiere a los superiores la pedagogía de la provocación para animar el progreso de aquellos que están en período de prueba. «Ponerlos a prueba» (como él mismo debe haber visto en su juventud en Arévalo a los toros compitiendo para ser «probados» y asegurar que eran una raza de calidad) «para que den ejemplo de su virtud y crezcan en ella». Pedro Arrupe SJ