Pacto Educativo: Un llamado a la Solidaridad Global en un Mundo Roto

El papa Francisco nos invita a un pacto educativo, que “es precisamente la voluntad de ponerse al servicio de la fraternidad que consagra la plena realización de la humanidad que es común a todos”[1]. Esta invitación hace parte del llamado a toda la humanidad para hacer un pacto educativo global que nos mueva a una solidaridad universal, a un nuevo humanismo y a la búsqueda del bien común. En sus palabras se trata de “un proceso plural y multifacético capaz de involucrarnos a todos en respuestas significativas, donde la diversidad y los enfoques se puedan armonizar en la búsqueda del bien común. Capacidad para crear una armonía: esto es lo que necesitamos hoy”[2].

Este pacto educativo que nos propone el Papa Francisco para hablar de la necesidad de un nuevo modelo cultural y el cambio del modelo de desarrollo[3]. Desde este contexto se deberá revisar los modelos educativos para que contribuyan a forjar el proyecto de humanidad en un mundo inclusivo, diverso y equitativo. Se trata de comprender que “Educar es siempre un acto de esperanza que invita a la coparticipación y a la transformación de la lógica estéril y paralizante de la indiferencia en otra lógica distinta, capaz de acoger nuestra pertenencia común”[4]. Esta centralidad nos conduce a trabajar juntos y examinar lo que podemos hacer. ¡Desde ya!

La Compañía de Jesús, a través de sus cuatro Preferencias Apostólicas Universales[5], aprobadas por el Papa Francisco, luego de un discernimiento que involucró toda la Orden de los Jesuitas se planteó la necesidad de un “pacto apostólico” para los próximos diez años. Esta referencia nos sirve para ilustrar la importancia de enfrentar estos cambios -que no se hacen de la noche a la mañana- como la posibilidad para que todos los seres humanos e instituciones podamos encontrarnos y amarnos, imaginar y pactar juntos lo que realmente nos lleve a una fraternidad social con Dios, los otros y con la naturaleza en la Casa Común.

Trabajar para la implementación de este pacto implica abordar de manera sistémica la formación de personas maduras con competencias y capacidades concretas que les permita asumir su ciudadanía para el bien común. Una deliberación profunda “con la suposición de que los seres humanos a veces son capaces y están dispuestos a considerar no solo sus propios intereses sino también el bienestar de los demás”[6]. Es un pacto para la esperanza de la humanidad, para recomponer sociedades divididas, desde la  “fraternidad como algo positivo que ofrecer a la libertad y a la igualdad”[7]

Acompañar este pacto educativo es comprender que no somos seres aislados; por el contrario, somos seres humanos que necesitamos cada vez más estar interconectados y, por eso, no puede responder a la estandarización del “saber bancario”, en palabras de Paulo Freire. Es decir, que se hace necesario ampliar la mirada para que las políticas neoliberales y populistas, cargadas de una perspectiva competitiva que destruye las relaciones humanas y se coloca como principio base, no impidan contemplar otras maneras de ser más humanos y menos indiferentes a nuestra realidad actual.

La educación, con el enfoque que nos plantea el papa Francisco, “se propone como el antídoto natural de la cultura individualista, que a veces degenera en un verdadero culto al yo y en la primacía de la indiferencia”[8]. Es necesario plantearnos en profundidad cambios estructurales y no simples campañas de promoción. Sin el decidido compromiso de todos, este pacto puede quedar como un llamado inspirador pero sin implementación. Esto implicaría pactos regionales que coloquen en contexto el pacto global.

Por ejemplo, en estos últimos meses de pandemia y crisis sanitaria se ha develado la brecha de la desigualdad educativa. Ya al inicio de la pandemia surgieron voces denunciando que la calidad de la educación no es simplemente una cuestión de acceso a más computadoras o teléfonos inteligentes. De la misma forma, han aumentado las injusticias sociales y ambientales. Vivimos en un mundo roto que necesita de la solidaridad de todos y de la unión para un pacto educativo.

Educar hoy para el futuro requiere, entonces, de una nueva alianza para promover una ciudadanía global, con personas capaces de vivir en la sociedad para la sociedad sin olvidar lo local. En consecuencia, consideremos algunas características de un pacto educativo para el buen vivir, sin distinciones, de raza, religión, estratos socioeconómicos, entre otros.

  • Un pacto para trabajar con la humanidad desde un enfoque multicultural y multiétnico, capaz de ser transformador y forjador de caminos de justicia para llegar a una paz posible. Nos falta parte de humanidad cuando dejamos atrás la voz de los saberes ancestrales de los pueblos originarios para construir una humanidad acogedora y reconciliada.
  • Un pacto que considere los movimientos migratorios que están cambiando la demografía mundial y colocando en entredicho las fronteras de muros e ideologías. Nuestras sociedades no pueden ser indiferentes al sufrimiento que genera una cultura del descarte. Quienes se han quedado atrás en la familia humana, sin garantías de subsistencia ni derechos de participación, necesitan una alianza global mediada por una solidaridad transformadora, para caminar con los excluidos y los marginados[9] para un pacto educativo completo.
  • Un pacto para garantizar el acceso equitativo a las TICs, pues si bien están abriendo nuevos modos de comunicación e interacción, su velocidad ha dejado otra brecha, que incluso incide en la disminución de puestos de trabajo y en la proliferación de estilos de vida más sedentarios. Para estar interconectados, no solo por el internet, no significa crear relaciones de calidad, profundas que promuevan la acogida sin distinciones, el diálogo y voluntad para encontrar soluciones innovadoras,
  • Un pacto que tenga un enfoque de derechos, capaz de convocar a todas las personas e instituciones a una gran alianza. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030[10], son una agenda que podemos también acompañar, pero es necesario plasmar en la realidad su llamado para que realmente nadie se quede atrás. Especialmente, es imperativo insistir en un llamado a los Estados para que garanticen el Derecho Universal a una Educación de Calidad, como el más universal de los derechos, especialmente para 250 millones de niños sin escuela que requieren de la solidaridad humana.
  • Un pacto que abra el camino para que, desde la escuela, se promueva un estilo de vida más saludable en nuestra Casa Común. Una sociedad sostenible requiere de una alianza ecológica integral y solidaria, que abrace a la humanidad y la creación; un proceso para renovar la seguridad alimentaria y agroecológica, que contraste con el consumismo. El cambio climático y de las economías injustas son cuestiones de vida, que generan un impacto ambiental.

Estamos llamados a poner  las bases de esa nueva “aldea educativa” que promueva el diálogo intergeneracional, para diseñar e implementar la educación que soñamos; a ser parte de un proceso educativo integral que promueva la fraternidad. Esto requiere la voz de la humanidad desde sus culturas, de la academia y de otras sinergias que lleven a hacer realidad esta esperanza educativa.  El rostro de las niñas y los niños, los jóvenes y los adultos que por causas estructurales de violencia deberán ser los protagonistas de este cambio de paradigma educativo mundial.

Así las cosas, este pacto educativo es un llamado para unir esfuerzos, dejar los protagonismos y colocarnos en camino como Iglesia profética que anuncia y denuncia un modelo cultural injusto, un modelo de desarrollo egoísta y un llamado por una escuela como el escenario de humanización, que tenga en el centro de su vocación a la persona en su subjetividad y contextos en la Casa Común; y un llamado que busca dignificar a los que han sido descartados, marginados y olvidados a su suerte para abrazarlos a todos como hermanos y hermanas.