Christus Vivit 2: Elección, ilusión y locura

En este segundo blog sobre Christus Vivit, el maestrillo español Pedro Rodriguez, quien trabaja en el Colegio San Ignacio de Piura en el norte del Perú reflexiona sobre como en la exhortación apostólica, el Papa Francisco invita a todos los que trabajan con jóvenes a aprender sobre su vehemencia y su capacidad creativa.

Si caminamos juntos, jóvenes y ancianos, podremos estar bien arraigados en el presente, y desde aquí frecuentar el pasado y el futuro: frecuentar el pasado, para aprender de la historia y para sanar las heridas que a veces nos condicionan; frecuentar el futuro, para alimentar el entusiasmo, hacer germinar sueños, suscitar profecías, hacer florecer esperanzas. De ese modo, unidos, podremos aprender unos de otros, calentar los corazones, inspirar nuestras mentes con la luz del Evangelio y dar nueva fuerza a nuestras manos (Christus Vivit 199)

Cada mañana abro mi despacho en el colegio San Ignacio de Loyola de Piura y paso gran parte del tiempo entrevistándome con jóvenes de 12 a 17 años. En las tardes me acerco a la institución Canat  en donde adolescentes trabajadores en situación de extrema pobreza me abren a su particular visión del mundo. Ya en la noche, cuando las aulas están cerradas, vuelvo al colegio que comienza  a llenarse  de universitarios, estos acuden para tener sus reuniones de grupos de fe, voluntariado o buscando acompañamiento espiritual. Todos los jóvenes comparten tres cosas: elección, ilusión y locura.

La exhortación apostólica del Papa Francisco Christus Vivit nos habla de alguna manera de estas tres dimensiones. La juventud es el tiempo en el que se toman las grandes decisiones, es el momento vital en el que se escogen caminos y se desechan veredas. Siempre se ha puesto el foco en la importancia de la infancia para el correcto desarrollo de la persona, siendo esto verdad no hay que olvidar que las elecciones que  se toman en la adolescencia van a determinar mis estudios superiores, mi trabajo, mis relaciones, mi estilo de vida… Pues es aquí donde nos marcamos las metas personales, donde soñamos un futuro real y plausible.

Los que acompañamos a los jóvenes durante estos años (padres, profesores, espirituales, psicólogos, etc.), tenemos de alguna manera que proporcionarle al joven la libertad suficiente para que pueda decidir su vida sin ataduras ni enganches. Nuestra gran enseñanza no van a ser las matemáticas o las ciencias sociales, si no la indiferencia de la que nos hablaba san Ignacio de Loyola, para que puedan discernir escuchando la llamada que a cada uno y  de forma particular le hace Nuestro Señor, ese Jesús que camina a nuestro lado.

Las grandes elecciones solo se pueden tomar desde la ilusión, esta es una de las características más fuertes de la juventud. Cuando en el acompañamiento espiritual te encuentras a un joven que ha perdido la ilusión, cuando la tristeza se ha apoderado de él, se transforma de alguna manera en una suerte de  Dorian Grey, un alma negra sin arrugas ni signos de vejez,  incapaz de vivir plenamente. La vitalidad que da la ilusión por el mismo vivir, disipa las sombras, fabrica soluciones creativas para resolver problemas y por ello el joven es capaz de superar desiertos o andar entre metralla  arriesgando la propia vida, con el único fin de hacer realidad la utopía.

El joven puede parecer un animal racional pero en su espíritu hay más locura que racionalidad, diseña siempre otros mundos posibles, sueña con cambiar las cosas y esto le hace abrir posibilidades novedosas saliendo de lo convencional. Por ello puede enseñar a los sabios, pues el sabio pinta horizontes pero para la juventud siempre hay una apertura entre el cielo y el suelo, la senda es infinita, parece no tener fin. Dios ha compartido con esta etapa de la vida una actitud creadora, capaz de renovar recreándolo todo.

Cuidar a los jóvenes es cuidar la casa común. Mostrarles la figura de Cristo para que se impregnen de sus virtudes, valores, sentimientos… Es darles la oportunidad de que tengan una vida plena, llena de sentido, abierta a otros, eliminado individualismos y egoísmos. Un joven que sienta la presencia de Dios en su vida será capaz, jugando con su ilusión y su locura, de tomar grandes decisiones, decisiones que se aventuren a conformar su época desde parámetros como la libertad, la justicia y el amor.