Amado Don Pedro «Hombre para los demás» – Artículo #1 “ENRAIZADO EN EL AMOR Y EN LA FE”

Este año, 2023, celebramos el 50 aniversario de la famosa exhortación del padre Pedro Arrupe Hombres y mujeres para los demás. Este discurso seminal del padre Pedro Arrupe SJ, entonces Superior General de la Compañía de Jesús, durante un congreso internacional de antiguos alumnos de los colegios jesuitas en Valencia en 1973, dió inicio a un proceso de reflexión y autoevaluación que condujo a la renovación de la educación jesuita a nivel global.

En su discurso, el P. Arrupe exhorta a los educadores a formar « hombres y mujeres para los demás ». Esto ha cambiado no sólo la visión de la educación jesuita, sino también la de los jesuitas y sus colaboradores. El Jubileo de Oro del famoso discurso es una oportunidad para que todos los educadores, estudiantes, padres y madres de familia, y sectores interesados en nuestros colegios, reflexionen sobre lo que significa ser ‘hombres y mujeres para los demás’. Hoy, más que nunca, necesitamos ser « hombres y mujeres para los demás », por un mundo pacífico, justo y fraterno.

Para ello, nos gustaría ofrecer una serie de artículos escritos y compartidos por el padre Hedwig Lewis SJ, un gran escritor jesuita de la Provincia de Gujarat en la India, que se publicaron en el 2017 durante las celebraciones del centenario del nacimiento de Arrupe. Sus reflexiones van más allá del tiempo, y son muy relevantes para nosotros hoy. La serie, Amado Don Pedro «Hombre para los demás», abarca anécdotas de la vida del padre Arrupe, sus escritos, experiencias vividas y pensamientos espirituales.

Todos los educadores de nuestra comunidad global están invitados a aprender y reflexionar sobre quién fue el padre Pedro Arrupe y su legado a la educación jesuita.

Compartiremos un artículo al mes en los que invitamos a todos y a todas a compartir sus reflexiones y comentarios, en la sección de comentarios situada al final de cada artículo.

Esperamos que disfruten de este recorrido, donde podrán conocer más sobre el padre Pedro Arrupe y las raices de su famosa exhortación “Hombres y mujeres para los demás”.

A continuación, compartimos el artículo #1 “ENRAIZADO EN EL AMOR Y EN LA FE”.   

 

ENRAIZADO EN EL AMOR Y EN LA FE

La Semilla Germina

Pedro Arrupe nació el 14 de noviembre de 1907. en la ciudad vasca de Bilbao, España. De cinco hermanos fue el único varón y su hermana más joven tenía catorce años más que él. Pedro fue bautizado al día siguiente en la elegante catedral gótica de Santiago. Su padre fue un arquitecto rico y su madre una ama de casa entregada. Pedro y sus hermanas fueron educados en la fe y crecieron con amor y comodidad.

Suplemento para el «Gujarat Jesuit Samachar», marzo 2007
Editado por Hedwig Lewis SJ

Por seis años (1916-22), Pedro asistió a una escuela a cargo de los Padres Escolapios. En 1918, Pedro se unió a la Cofradía de Nuestra Señora, y se convirtió en un miembro del consejo ejecutivo en 1920, primero como director del área de teatro, luego como vice prefecto. También contribuyó a la revista de la Cofradía «Flores y Frutos» con numerosos artículos.

Anécdotas familiares

En sus «conversaciones autobiográficas» con Jean-Claude Dietsch SJ, (entre Navidad de 1980 y Pascua de 1981, menos de seis meses antes de que sufriera un accidente cerebrovascular debilitante), publicadas en el libro Itinerario de un jesuita, el Padre Pedro Arrupe comparte íntimos destellos de su vida.

«Mi familia era muy unida, muy tranquila y muy patriarcal en un sentido católico», le reveló Arrupe a un entrevistador en 1980… “Fui muy feliz en mi familia. No hubo grandes problemas, íbamos a misa juntos y había un sentimiento de completa confianza entre nosotros”.

Marcelino Arrupe, su padre, fue un arquitecto que construyó muchas casas en Bilbao y en su vecindario. El padre Arrupe lo describía como «muy bueno, muy amable» y por temperamento, un «hacedor». Tenía una «voz tenor sobresaliente» y cuando cantaba en la capilla de la escuela jesuita en un pueblo cercano, multitudes se reunían a escucharlo. También era un promotor entusiasta de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Cada año, durante la Semana Santa, solía organizar un retiro para los ciudadanos destacados de Bilbao. Uno de los frutos del retiro de 1901 fue la fundación y la edición del periódico católico «La Gaceta del Norte», el cual fue pronto reconocido en toda la región.

Cada año en Bilbao, según una antigua tradición, solía haber una procesión en honor al Sagrado Corazón. Desde los tres años, Pedro acompañó a su padre en la procesión. Caminaban «a la par», recordaba el padre Arrupe, «Marcelino Arrupe llevaba un cirio de gran tamaño y el pequeño Pedro Arrupe feliz de estar allí llevaba orgulloso su pequeña vela. Era un espectáculo conocido».

Cuando Pedro tenía 18 y estaba en Madrid estudiando Medicina, su padre se enfermó. Pedro viajó de inmediato a Bilbao y encontró a su padre paralizado parcialmente. Ese año su padre falleció. «Durante esos días finales», recuerda Pedro, «la procesión del Sagrado Corazón pasó por la casa. No puedo olvidar su mirada en ese momento. Fue una comunión de recuerdos, fe y esperanza. Para mí fue muy emotivo».

La madre del padre Arrupe, María Dolores Gondra Arrupe, «una mujer muy santa», había fallecido cuando Pedro tenía sólo diez años. Tenía programada una operación y enviaron a sus pequeños hijos a vivir con su hermana casada por algunas semanas. «Cuando volví, acababa de fallecer. Antes de llevarme a verla por última vez, mi padre me dijo: “Pedro, perdiste una madre santa. Pero recuerda que tienes una Madre aún más santa en el cielo.”».

Destellos de la personalidad del padre Arrupe

Un hombre en una misión

Puede parecer extraño, pero es un hecho que nunca tuve una conversación personal con el padre Arrupe… Sin embargo, Don Pedro era uno de esos hombres que no necesitan palabras para comunicarse, su mera presencia proclamaba el mensaje de un hombre enviado por Dios para ayudar a la Compañía a renovarse en el espíritu del Concilio Vaticano.

Padre Arrupe trajo consigo regalos extraordinarios del Espíritu: el regalo de estar hondamente enraizado en la inspiración fundacional de Ignacio, el regalo de estar embebido del espíritu de oración del discernimiento enseñada en los Ejercicios Espirituales, el regalo de confiar siempre y en cada sitio en sus compañeros jesuitas para que sean realmente contemplativos en la acción apostólica y el regalo de un optimismo increíble que inauguró un nuevo estilo de vida religiosa, enraizado en el amor de Cristo, para salvar un mundo de la incredulidad y de la injusticia. Algunos tildaron de ingenuo su optimismo y a su desafío de renovación lo consideraron imprudente y falto de experiencia. Sin embargo, verlo era comprender que aquí había un hombre enviado por Dios para ser servidor de la misión de Cristo en un tiempo muy difícil.   Peter-Hans Kolvenbach SJ

Optimismo personificado

Don Pedro fue un hombre del Evangelio cálido, magnánimo y sensible cuya fe avivó un optimismo increíble. Él afirmaba que su optimismo se sostenía en la esperanza. «Un optimista verdadero es aquel que tiene la convicción de que Dios sabe, puede hacer y hará lo que es mejor para la humanidad». Casi siempre andaba sonriente, amaba cantar en los grupos y su frase favorita era «Nadie sabe los problemas que he visto».  Joseph MacDonnell SJ

La confianza de Pedro Arrupe en Dios nunca vaciló y comunicaba esto en su sonrisa cálida y suave. Esta no era la sonrisa de la negación sino del conocimiento. Esta sonrisa brotaba de un corazón que conocía el amor de Dios y que amaba Su creación. Era la sonrisa de alguien que podía desafiar a los estudiantes a ser «hombres y mujeres para otros», desafiarlos de hecho a ser como él.

En 1981, Pedro Arrupe sufrió un ACV y por la próxima década demostró cómo se puede encontrar a Dios en el sufrimiento y en la debilidad. En 1983, cerró su último mensaje público con la siguiente frase: «¡Estoy lleno de esperanza!». Alguien tuvo que leer el mensaje por él, pero Pedro Arrupe estaba sonriendo.

Líder servicial

Mientras padre Arrupe estuvo visitando América como General, un chico lustradobotas de la calle le preguntó si podía lustrarle sus zapatos. El padre Arrupe se arrodilló y le susurró algo al oído y luego estiró sus piernas para dejar que el niño pobre le lustrara los zapatos.

Mientras el entusiasta muchacho empezaba su tarea a través de la cual subsistía a duras penas, quienes acompañaban al General miraban, sintiéndose (con razón) muy avergonzados. Cuando el chico terminó su tarea, el padre Arrupe, para la sorpresa de todos, intercambió los roles. Se arrodilló y lustró los zapatos del niño lustrabotas.