Tejiendo Puentes de Solidaridad y Acogida para las Familias Venezolanas Vía al Picacho

By Johana Quintero Guerrero
Jun 20th, 2019

Andrés Ignacio Rodríguez Rodríguez comparte su experiencia en la caravana de ayuda humanitaria, una iniciativa de la Comunidad Jesuita y Asofamilia Claveriana.

Los flujos migratorios hoy día no son solamente de personas que conquistan y fundan ciudades en vastos territorios del mundo, sino que obedecen  a un fenómeno desgarrador que es la migración, forzada por motivos políticos, económicos y sociales.  Esto lo atestigua el amplio número de población venezolana que desde el 2015 ha salido de su país, con destino a toda Latinoamérica y más exactamente a Suramérica, ejemplo de una crisis migratoria que hoy cuestiona a nuestras sociedades, y a nuestras ciudades y Bucaramanga no ha sido la excepción, y donde no hemos tenido tiempo para preguntarnos si estamos preparados o no para dar acogida y alivio al sufrimiento de los migrantes.

Ante esta situación que se ve día a día, donde encontramos cantidades de venezolanos en las puertas de los templos, semáforos, calles, hospitales, refugios, ventas informales, nos preguntamos como comunidad ¿Qué podemos hacer por ellos?, ¿Cómo poder aliviar el sufrimiento de personas que lo han perdido todo y se lanzan a caminar por horas, cruzando ríos, valles y páramos, sometiéndose a las inclemencias del clima, la insalubridad y la incomodidad de camiones que les dan la “cola”[1] para llegar a algún albergue?, buscando responder estos interrogantes que como cristianos y comunidad Claveriana nos interpelan, la Comunidad Jesuita y Asofamilia Claveriana, comprometidos con el alivio de las heridas y el flagelo cotidiano de los migrantes venezolanos en suelo colombiano, hemos  convocado en varias oportunidades una caravana de ayuda humanitaria, que teniendo como pretexto un sándwich, una chocolatina, leche, o un jugo, brinda  acogida al  forastero, nos sentamos a descansar con ellos unos segundos en medio de la niebla, del frio, de las ampollas y del cansancio, para que puedan recuperar un poco de fuerza con estos alimentos y a la vez convertirnos en voz de aliento para la dura travesía que les queda.

Es así, como los domingos 17 y 24 de marzo, muy temprano nos reunimos en el colegio San Pedro Claver para salir vía Cúcuta en respuesta a esas preguntas que nos interpelaban.  La geografía cambiante de subida al Picacho mostraba un panorama desolador, curvas y pocos carros acompañaron nuestro andar.  De repente, más o menos en el Km. 30, entre las 10:30 a.m. y el medio día, van apareciendo envueltos en cobijas, trajes de aluminio, gorros, toallas, caminando en sandalias, con maletas improvisadas, hombres, mujeres, niños, adolescentes, madres, padres, jóvenes y abuelos que ante la desesperanza, se vieron obligados a este peregrinaje en búsqueda de un mejor futuro.

La niebla, bajando desde las alturas del Páramo, es la fiel y dura compañera de todos estos migrantes del vecino país, que con gran alegría se acercaban a saludarnos y como hermanos compartimos un abrazo, una conversación, una palabra de aliento y una merienda para que siguieran sus trayectos.  Personas opositoras al régimen político, amas de casa, policías, obreros, trabajadores, peluqueros, barberos, mujeres embarazadas o con tratamientos médicos por realizarse, niños y niñas bajaban a un paso firme tratando de que el frío disminuyera y las cálidas temperaturas de la ciudad bonita los resguardaran.

Aquí se puede aplicar fácilmente el dicho aquel que la realidad supera la ficción de los noticieros e informativos que diariamente buscan generar opiniones, para dividir y polarizar a una ciudadanía sobre la crisis migratoria venezolana y el drama humano visto en el Picacho que día a día pareciera no acabarse.  Escuchar historias de trata de personas, mafias en medio de las trochas de la frontera vía a Cúcuta, albergues, hambre, desnutrición, falta de acceso a salud, historias de familias divididas en varios países suramericanos, se convierte en algo cotidiano donde nosotros solamente, podemos ser apoyo para que ellos se desahogaran.

Sin duda alguna, en medio del desierto y la desolación que viven estas personas, alumbraba en ellos los deseos y las ganas de querer salir adelante, de comenzar una nueva vida, de sembrar semilla en otro país, así les doliera la patria y sintieran que dejaban su identidad, su tierra y sus seres más queridos.  La luz y el faro que los hacía continuar, como muchos lo decían, era Dios, tenían la fe intacta, y el bravo pueblo que el yugo lanzó a buscar Libertad, como lo indica el himno venezolano, se manifestaba en cada uno de estos rostros mulatos, zambos y mestizos que sonreían como aquellos niños que vimos rodar por las laderas del lado de la carretera, como si su migración fuese una nueva aventura y que aún en las más adversas condiciones sabían que había un familiar o un buen samaritano que los respaldaba y les animaba a seguir.

Luego de vivenciar todo esto, y de asistir a estos caminantes, consideramos que no estábamos cómodos, cada uno de nosotros quedó con un retrato gravado en su mente de esta tragedia humanitaria que a veces ignoramos y que a diario se vive en las calles de nuestra ciudad.   Después de las constantes paradas, del frío y del desgaste en la carretera, a las 3:00 de la tarde, descendimos del Picacho con la satisfacción del deber cumplido, pero también con la inquietud incesante que nos convocó al inicio ¿Qué más podemos hacer por ellos?

Al retornar, El calor abrazador de Bucaramanga nos recibía, varios grupos de migrantes se apostaban ya en Morrorico o en la Corcova, los saludábamos y animábamos, ellos nos devolvían el saludo con un pulgar arriba, rostros afectados por las bajas temperaturas, pero fieles a la esperanza, aquella que es lo único que tienen y es lo último en perderse, esa misma que nos animó como comunidad a unir manos para llevar una merienda y seguir tejiendo un puente con destino a la libertad y a la alegría que debería ser vivir, en la construcción de un mundo más justo y equitativo en la cual todos estamos implicados.

[1] Pedir la cola es pedir el aventón