Fe y Alegría 67 años después

By María Paula Arango Zambrano
Mar 8th, 2022

En este artículo, el Padre Joseba Lazcano S.J. quien desde su gran conocimiento por quienes fueron fundadores con el Padre Vélaz de Fe y Alegría,  Abraham y Patricia, nos recuerda con inspiración la misión de nuestro movimiento en estos 67 años de historia.  

Me piden unas palabras para recordar, ¡y celebrar!, los 67 años del nacimiento de Fe y Alegría. La memoria agradecida no puede negarse.

1. Vélaz.

No puedo sino empezar por recordar la genial intuición de nuestro P. José María Vélaz, sin la que no es comprensible nuestro movimiento, genialidad tal vez hoy todavía más válida.

Sus inquietas búsquedas que podemos leer en las 65 páginas de su diario perso-nal –escrito entre sus votos después del noviciado (1928) y su ordenación sacer-do¬tal (1943)– y su encuentro con nuestro pueblo bueno de las barriadas de Catia (en Caracas) culminaron en su optimismo antropológico: todos tenemos más de bueno que de malo, todos somos convocables si nos levantan una bandera que vale pena; en consecuencia, ¡atrevámonos! Sí, atrevámonos a levantar la bandera de la educación de los pobres y marginados para transformar nuestra sociedad…

Por eso, soy reiterativo: Vélaz no fundó a Fe y Alegría; la desencadenó. Fundar implica escritorio, proyecto, presupuesto, recursos, selección de actores… Desencadenar implica, en este caso, convocar y acompañar…

Los barrios a los que se acercó Vélaz con sus jóvenes universitarios fueron el “lugar epistemológico” en el que brotó ese optimismo antropológico. Los barrios, “el pueblo”, tiene nombres y apellidos, penas y alegrías, historias humanas en las que el Espíritu de Dios está activamente presente. Nuestros 24 Fe y Alegría nacio-nales en cuatro continentes son testigos de ello.

 

2. Abraham y Patricia.

En la experiencia de Vélaz y de sus jóvenes universitarios, esta bella pareja se convirtió en un signo cuasi-sacramental de las experiencias que iban teniendo: la mejor expresión de nuestro pueblo bueno. Ambos habían nacido campesinos, a más de 400 km. de distancia. Unieron sus vidas en un barrio de invasión en Caracas.

En ocho años trabajando con sus manos y con los ahorros del sueldo de Abraham –trabajaba de noche en el aseo urbano- construyeron su casa de dos pisos. El de arriba, pensado para el futuro de sus hijos todavía niños, no tenía paredes: muy apropiado para el catecismo y primeras comuniones promovidos por los universitarios.

 

Le dejamos la palabra a Abraham:

Cuando terminé la casa y vi aquello tan bonito, yo me hinqué de rodillas, y dije: “Mira, Virgen Santísima, esto está a la orden”, y recé un padre-nuestro, que era lo único que yo sabía rezar entonces, para que aceptara la casa.

 

Y continúa Abraham un poco más adelante:

Parece que la Virgen me tomó la palabra en serio… Y cuando el Padre aceptó mi casa, yo comprendí que era la Virgen quien la estaba aceptando. Entonces sentí una gran alegría de poder colaborar con las cosas de Dios, con el servicio… Yo hice hace ya tiempo una especie de contrato con la Virgen, porque yo trato a la Virgen como a mi madre. Yo le dije: “Mira, yo voy a trabajar duro en la Legión de María y tú en Fe y Alegría”. Por supuesto, Fe y Alegría salió ganando…

Dejémosle a Abraham que nos diga también algo de Patricia:

Ella estaba vecinita. Yo la conocí allí. Una vez pasé yo, y la muchacha se sonrió, y entonces yo le hablé y le invité a pasear, y ella me llevó para la Iglesia de La Pastora y me llevó a conocer a la Divina Pastora que está como Patrona, la Virgen con un báculo y unos ovejitos, y ahí me llevó…

Yo tenía 23 años, y la muchacha con quien yo me casé era una maravilla, huérfana de madre y padre (su mamá murió en el parto de Patricia, y su papá era de esos hombres que andan sembrando hijos por ahí).

La muchacha me quería mucho. No sabía ni leer ni escribir… Era una santa mujer, muy religiosa. Fue criada con la religión del pueblo, con la tradición. Ella me ayudó a hacer la casa. Yo digo que tiene que ser una bendición de Dios. Ella cargó el agua con una lata desde dos kilómetros cerro abajo, a veces con un barrigón y, cuando llegaba, me ayudaba a pegar los adobes, y hacía la comida para los muchachos…

Añadamos un dato, complementario, todavía más conmovedor. La primera escuela de Fe y Alegría fue el piso de arriba de la casa, con cien niños solo varones (así eran las cosas entonces). Abajo estaba el matrimonio, con sus seis hijos (el séptimo en el vientre de Patricia, de ocho meses: llegaron a tener 13 hijos, uno cada dos años muy aproximadamente). Vélaz pidió a los universitarios buscar una o dos casitas juntas para las niñas. No la conseguían. Abraham se enteró y, molesto, buscó a Vélaz: Padre, ¡no me tiene confianza! Tómese la planta baja. Pero, Abraham, ustedes ¿qué van a hacer? No se preocupe, Padre, nosotros nos quedamos en esta esquina; queda sitio. ¡Y entraron 70 niñas!

 

3. ¡Una buena noticia!

Pues, sí, queremos compartir con ustedes una gran noticia: ¡estamos iniciando la campaña y el proceso para la causa de beatificación de Patricia y Abraham. Los obispos de Venezuela, en Asamblea Plenaria, con manifiesto gozo y alegría, aprobaron con unanimidad ser ellos los que presenten la solicitud ante la Congregación de los Santos en Roma.

En las Fe y Alegría de nuestros países ha sido habitual el presentar las vidas bellas de Abraham y Patricia para fortalecer nuestra identidad y espiritualidad. Específicamente, en los últimos años hemos tomado conciencia de nuestras patricias de Fe y Alegría que con su silencioso y eficaz aporte hacen posible tanto el nacimiento como la fuerza y el vigor de nuestros centros.

Esperamos que, más o menos en un mes, estemos preparados para el lanzamien-to en Venezuela de la campaña para posicionar a esta ejemplar pareja en nuestra Fe y Alegría, en nuestra Iglesia y en nuestro país. Creo que es comprensible que la iniciativa la hayamos tenido en Venezuela. También somos conscientes de que el tema, ¡gracias a Dios!, nos desborda. Hemos tenido algunos contactos con la FIFyA. Estamos preparando los materiales que queremos compartir con todos ustedes.

 

Por: Joseba Lazcano S.J.