El Discernimiento, una reflexión para iniciar el camino

…discernir es simplemente “dejarse llevar” por el Señor…discernir es una osadía de cara a la libertad…

…la osadía de la libertad que el discernimiento requiere consiste, de cara a uno mismo, en permitirse y atreverse a proceder ciegamente donde la razón ya no puede acompañar las actuaciones humanas. Carlos R. Cabarrús SJ

El discernimiento ignaciano es un camino para volver a nosotros mismos y contactar con la nobleza de nuestras intenciones. Nos permitirá ordenar amorosamente la vida. Distinguir lo que proviene de nuestros miedos y apegos –que nos conduce a la violencia y el desamor-, de lo que proviene de nuestra bondad – de nuestro deseo del mayor bien-, y nos conduce a respetarnos, a amarnos tal y como estamos siendo y a aceptar la realidad. Para desde ahí, descubrir qué es lo más amoroso y justo, aceptando los límites de nuestra responsabilidad y la de los demás.

Disponernos delante de Dios tal y como estamos siendo puede ser el acto de confianza que requiera de mayor valor y humildad. Nubladas por las imágenes de Dios que hemos aprendido, no nos atrevemos a dejarnos tocar por la ternura del amor de Dios. Esta es la experiencia fundamental de los Ejercicios Espirituales: Dios amándome incondicionalmente.

Discernir es una osadía de cara a la libertad; requiere, además, una libertad osada. La libertad no es una fuerza ciega, está cimentada siempre en la racionalidad de las cosas. En la vida espiritual, empero, la libertad tiene que ser osada. Con esto no hacemos sino jugar con uno de los términos paulinos más significativos para designar la libertad del cristiano “parresía” (Ef 3, 12); es la osada libertad la que identifica al cristiano. La libertad cristiana es osada, pero la mayor osadía es “dejarse llevar”. La osadía de la libertad que el discernimiento requiere, consiste, de cara a uno mismo, en permitirse y atreverse a proceder ciegamente por donde la razón ya no puede acompañar las actuaciones humanas. En este sentido se reproduce la experiencia de Ignacio de Loyola, rudo aún en los meses que siguieron su conversión, quien era llevado por donde no sabía…

Ignacio seguía el Espíritu, no se le adelantaba. Y de ese modo era conducido con suavidad a donde no sabía”.

Pero si discernir es “dejarse llevar”, entonces es descubrir la fuerza de Dios y del mal en cada uno. Conocer sus campos, conocer dónde se asientan, conocer las tácticas que utilizan y sobre todo reconocer las reacciones personales ante el buen y el mal impulso. Discernir no es sólo descubrir y separar los espíritus, el buen Espíritu, el Espíritu de Dios, o el espíritu de este mundo, el mal espíritu  sino hacer opciones concretas. Discernir es optar. EE 313

El camino de la acción del BE es, primero, tener “deseos de deseos”; en un segundo momento, lograr la actitud del “quiero y deseo y es mi determinación deliberada” de la meditación del Reino EE 98. Por último, el tercer momento es  el de pedir “ser puesto” con el Hijo y el Hijo Crucificado. Los auténticos deseos son los que tienen relación con nuestra propia identidad, son los que nos vienen de Dios, es decir, son los deseos que denominamos aquí como “mociones”.

Lo interesante de los “deseos de deseos” es que con este medio, Ignacio ayuda a desbloquear los sentimientos en contra. Es como un primer paso. Asimismo, en el caso de haber caído en desolación o menguado en la vida del Espíritu, retomar los “deseos de deseos” que antaño tuvimos, es un camino para volver a comenzar. Si discernir es optar, la opción fundamental que se impone es la de dejarse llevar por donde la fuerza de Dios ya impulsa.

El examen cotidiano es el continuo ejercicio de este proceso de discernimiento. Es poder captar día a día la obra del Señor en nosotros. Es poder irnos abriendo cada vez más a sus insinuaciones. El examen es el momento para ser testigos de la obra que realiza el Padre en nosotros, gracias a la acción del Espíritu para configurarnos con el Hijo. La osadía es no sentir el vértigo que producen las faltas y mezquindades propias. La osadía es prescindir de la evaluación de las cualidades o actitudes morales. Eso vendrá por añadidura. La osadía es no fijarse en la barca que tenemos: si es grande, poderosa, bien hecha, bonita, bien calafateada, cómoda. Lo que tenemos que poner de nuestra parte es que no haga agua. Lo demás no cuenta; lo que toca es llegar a puerto ¡ahí está la osadía! Sucede con la vida espiritual lo mismo que a una embarcación a vela donde lo único que se toma en cuenta es que se deje impulsar por el viento para que llegue a su destino.

Hay que hacer un esfuerzo por prescindir del balance de calificadores y sólo estar prestos para detectar por dónde sopla el viento. Hay que ser hábil para enfocar las velas en la dirección del viento y alegrarnos, entonces, al ver como se hincha el velamen y avanza la nave. ¡Esta es la osadía de dejarse llevar! Es también una osadía adentrarse en la vida del Espíritu y desear ser testigos de la acción de Jesús.

Fragmentos tomados del libro “La mesa del banquete del Reino” Criterio fundamental de discernimiento de P. Carlos R. Cabarrús SJ (1998) Ed. DDB. Capítulo 1 “La osadía de dejarse llevar”.

 

Reflexión

Discernir es buscar la voluntad de Dios en mí, no como algo que ajeno a mi persona, sino todo lo contrario. Dios es y habita nuestra más íntima morada. Discernir es buscar nuestro lugar en el mundo, la realidad y las circunstancias que nos va presentando nuestro devenir en la historia. La valentía de dejarse llevar es eso, quizá encontraré luces en el discernimiento que me indiquen algo distinto a mis deseos, pero sabiendo que lo que el Señor quiere para nosotros en infinitamente mejor.

La osadía de encontrarnos con lo que el Padre desea para nosotros requerirá un “revisión” de lo cotidiano, el día a día nos va a presentar las situaciones, momentos, oportunidades de ir leyendo lo que Dios quiere para nosotros.

Entrar en Ejercicios Espirituales, es entrar en un espacio de silencio,  de encuentro, requiere también una porción grande de osadía. Si estás aquí para estar un momento contigo de frente al Señor, alégrate, el Señor te ha llamado y tú has respondido, has querido estar con Él.

 

Pistas para el examen: Busco a Dios en la vida.

1.    Me sereno, me dispongo a compartir con un amigo muy especial lo que viví el día de hoy.

2.    Pido luz para conocer las señales y la acción de Dios en este día.

3.    Le cuento a Jesús cómo fue hoy.

4.    Le doy gracias por lo que he vivido. (poner delante de Jesús todo aquello que no me gusta de mi mismo)

5.    Detente, registra, profundiza donde hayas percibido algo especial de parte de Dios.

6.    ¿A qué me invitó hoy Jesús? ¿Qué me promete Jesús?

7.    ¿Cuál ha sido mi respuesta a la invitación de Jesús?

8.    Pedir perdón por esas faltas, omisiones, (por las ocasiones que me quedo a mitad de camino).

9.    Le presento al Señor las personas con las que hoy me he relacionado.

10.  Sueño con Jesús como quiero ser y actuar mañana.

11.  Renuevo mi amistad al Señor, diciéndole como Pedro: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

12.  Pido bendición a María.

 

Desde este encuentro es necesario tocar  realidades, hechos,  sin barajar ideas, que todo mi diálogo con Jesús parta de mi vida cotidiana. Recordar en todo momento la gratuidad y la magnanimidad del Señor hacia mí.

Este momento no debe ser mayor a 10 minutos, el Señor es sencillo, te espera, te escucha, es paciente, solo quiere saber que has respondido al llamado. Permite que te vea desde la sencillez. Preséntate ante Él como ante el amigo más cercano e íntimo, sin ningún protocolo, sin pensar si lo que dices es lo correcto. Abre tan solo tu corazón, en ocasiones plagado de soledades, tristezas. Recuerda siempre, el Señor lo renueva todo, y hace de nuestras oscuridades luz para iluminar nuestra vida y la de los que nos rodean.