COVID-19, tiempo para hallar sentido de la vida y la presencia de Dios

La pandemia del coronavirus es un tiempo para pensar, para encontrar la presencia de Dios y para encontrar el sentido de la vida, dijo el Padre David Fernández Dávalos, S. J., Rector de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, durante la videoconferencia ‘La pandemia y la primera semana de los ejercicios de San Ignacio’, organizada por la Fundación Espinosa Rugarcía.

Agregó que esta pandemia es una oportunidad para que las personas e instituciones se pregunten por el sentido de su existencia, el porqué de la enfermedad, descubran por qué ha ocurrido esto y “cómo queremos vivir en sociedad en el futuro, qué tendríamos que hacer, cuáles serían las prioridades también en este momento”.

Pero no hay que pensar desde la angustia y el miedo; sino al modo de Jesús, es decir, viendo desde abajo y desde adentro, amando al mundo, con una especial atención por los más vulnerables y pobres, y abiertos a cambiar, “a movernos, a actuar, a comprometernos”.

Ahora, con el COVID-19, los seres humanos están más inseguros y, “es cuando más cercanos estamos de Dios”. Ya así lo decía el Padre Pedro Arrupe (prepósito general de la Compañía de Jesús entre 1965 y 1983): ahora que me siento más vulnerable, frágil, es cuando mayores posibilidades tengo de encontrar, porque estoy más cerca de Dios.

También, las personas se descubren necesitadas de contacto humano, de solidaridad y, “respondemos compartiéndonos, compartiendo lo que somos y tenemos. Respondemos volviendo a lo esencial; que es el amor, la compasión, la solidaridad, la satisfacción de las necesidades básicas para todos y todas”.

Todas estas cosas las descubrió San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús (a la cual se encuentra confiada la IBERO), después de que una bala de cañón le rompió una pierna (entonces era un militar, conocido como Íñigo López de Loyola). En su confinamiento, durante el que leyó libros sobre vidas de santos, Ignacio no tuvo más remedio que ponerse a reflexionar y a meditar. En este sentido, el P. David consideró que el encierro y cuarentena impuestos por el coronavirus pueden ser “esa convalecencia de la que podríamos salir renovados, renovadas”, si cada quien reflexiona cuál es su tarea.

Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio

Sobre los Ejercicios Espirituales (que San Ignacio definió como: todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de razonar, de contemplar; todo modo de preparar y disponer el alma…con el fin de buscar y hallar la voluntad divina), Fernández Dávalos relató que la historia de su creación  empezó en una cueva en Manresa (en Barcelona, España), por donde pasa el río El Cardoner, donde Ignacio descubrió que dentro de él Dios le hablaba, y que un espíritu lo impulsaba a salir de sí mismo, hacia la generosidad, la empatía, la solidaridad; lo que De Loyola llamó ‘el buen espíritu’.

Ignacio descubrió que también hay un ‘mal espíritu’; que son las contradicciones dentro de las personas. San Pablo lo expresaba diciendo: es que hago el mal que no quiero, y no hago el bien que sí quiero; esa es la contradicción que vive dentro de todos y todas.

Igualmente, San Ignacio descubrió que él tenía una vocación y que estaba llamado a hacer algo, y entonces sistematizó lo que ocurría en su mente y en su interior, y eso es lo que hoy se conoce como los Ejercicios Espirituales; que son actitudes, procedimientos, métodos y prácticas para adquirir un ‘fruto’, que es: ordenar la vida conforme al buen espíritu.

Al respecto, el Padre Fernández Dávalos está convencido de que en el interior de cada persona, independientemente de que se confiese o no a Dios, está presente el buen espíritu, y que los seres humanos, cuando actúan a favor del bienestar, la solidaridad, la justicia, “estamos siendo guiados por el buen espíritu; que en mi opinión, en mi fe, es el Espíritu de Dios”.

Las prácticas mentales y de la voluntad que conforman los Ejercicios Espirituales las ordenó San Ignacio en cuatro semanas. La primera es la más difícil, porque en ella la persona empieza reflexionando para qué vive, para qué existe, si tiene o no sentido su vida. Después sigue la meditación del pecado, en la que la persona se confronta consigo misma y su intimidad, con el ‘desorden’ de su propia vida, con el mal que no quiere hacer y que hace, y también se confronta con el desorden que existe en el mundo.

COVID-19 permite tomar conciencia del mal en el mundo

Para el Rector, la crisis del COVID-19 se asemeja a la primera semana de los Ejercicios Espirituales, “porque nos hace tomar conciencia del pecado, del mal en el mundo, del mal en la historia y que ese mal es algo que nos trasciende; esa es otra de las cosas que experimentamos al meditar sobre el propio desorden y el propio pecado”. Esto, los católicos lo han expresado con el mito del pecado original; que no es algo esotérico, sino una condición humana, de estar inclinados a la vanidad, a querer estar por encima de los demás, a acumular cosas, a sentirse más importantes.

“Entonces el COVID-19, la pandemia, nos hace caer en la cuenta de que hay un mal en el mundo, que estamos funcionando mal en relación con la naturaleza, con los demás, y que eso nos trasciende, que está más allá de nuestra propia voluntad”. Algo como esto es justamente lo que se puede experimentar en la primera semana de los Ejercicios Espirituales,

La primera semana no es para tomar decisiones (éstas vendrán hasta el final de los Ejercicios), pues antes se tienen que asimilar los valores, las actitudes, los ideales, el modelo de vida que propone Ignacio, que es el de Jesús. “La primera semana es para tomar conciencia, y para eso puede servir esta pandemia, para tomar conciencia”.

Para tomar conciencia del mal en el mundo, de que el modelo de desarrollo de los últimos años ha causado un desequilibrio con la creación y entre los seres humanos. Entre los seres humanos, porque ha aumentado la desigualdad enormemente, porque los trabajos se han precarizado, porque hay multitud de procesos de violencia (racial, religiosa, de género); y todo esto, a propósito de la pandemia, algunas personas lo están padeciendo más que otras, porque hay algo que está mal en las relaciones y en el modelo económico y social por el que se ha optado.

Pero también hay desequilibrios con la creación. La humanidad ha avanzado sobre los entornos naturales, ha invadido los lugares de las especies y las ha amenazado, “entonces nos hemos situado en la posibilidad de que el virus (del CODIV-19) sea interespecífico”.

Puestos en el disparadero, por la pandemia, los seres humanos también pueden caer en la cuenta de que se han desmantelado los sistemas públicos de salud y de seguridad social, y que eso ha tenido sus consecuencias que, por ejemplo, se ven claramente en Estados Unidos, donde no existe un sistema público de salud, sino un sistema privatizado; o en México, donde “nosotros de último momento estamos construyendo hospitales aptos y haciendo inversión extraordinaria, porque en los últimos años se privilegió el mercado y se privatizaron cosas importantes”.

“También podemos caer en la cuenta de que no se previó ni se previno la pandemia. Porque prevenir y prever esas cosas no da dinero, lo dijo Chomsky; y enfrentarlas sí da dinero, se generan vacunas, investigación, medicinas y lo que sea. Entonces, no se necesita invertir en la previsión, pero sí en la confrontación”.

En fin, hay un desorden de las operaciones sociales de las que las personas, con ocasión de la pandemia, pueden darse cuenta, al igual que en esa primera semana de los Ejercicios Espirituales, en la que Ignacio pretende que cada cual reconozca su pecado (en el caso del COVID, un pecado de carácter estructural y social) y que sienta arrepentimiento, porque “no podemos corregir si no hay arrepentimiento de esto que hemos provocado”.

Ignacio también buscaría que cada quien procurara el perdón de los demás, el perdón de uno mismo y que hubiera un propósito de enmienda, la voluntad de cambiar; “ese es el fruto que busca San Ignacio”, el querer hacer las cosas de manera distinta y no volver a repetir lo que nos trajo aquí.

Respecto a esto último, la pandemia, el Padre David consideró importante decir que, “no es un designio sobrenatural, no es un castigo de Dios, no es algo para poner a prueba nuestra fe; sino que nosotros lo hemos construido, porque hemos construido la desigualdad, hemos construido la pobreza”, y por eso el mayor número de muertes es entre los pobres, que no tienen modo de enfrentar el COVID-19.

Al volver al tema de los Ejercicios Espirituales, mencionó que quienes los realizan, en la primera semana también necesitan saber que viven para algo, que tienen una tarea, que tienen una misión y que hay un sentido en su vida. “Frente a todo lo demás tenemos que ser indiferentes. Indiferentes no quiere decir que no nos importe; quiere decir que lo vamos a usar tanto cuanto nos ayude al fin para el que somos creados, dice San Ignacio”.

“Supone preferir aquello para lo que yo vivo, supone inclinarse decididamente sobre la tarea que tenemos asignada, y entonces la indiferencia frente a todo lo demás se vuelve libertad. Es decir, si la meta de mi vida, por ejemplo, es construir la fraternidad, seré indiferente frente a la riqueza, o la pobreza, o la sobriedad, o el honor o el deshonor; porque lo importante para mí será la fraternidad, no lo otro. Y entonces tendré la enorme libertad frente a la riqueza, la pobreza, el honor, el deshonor, para hacer lo que a mí me toca hacer”.

De esta manera, la ‘esperanza’ se hace posible a pesar del mal. “Y Dios, para quienes lo confesamos, se convierte en el gran compañero, en el sufrimiento que comprende y lucha continuamente con uno”, porque Él quiere que cada quien realice la finalidad de su vida, y eso afianza su libertad.

La gran revelación, la pandemia nos afecta a todos

Por otra parte, el Maestro David Fernández Dávalos dijo que la pandemia es una gran revelación, al revelar que afecta a todos, a todas, a todos los pueblos; porque todos y todas somos uno, al estar vinculados ontológica, histórica, social o políticamente. “Ontológicamente, porque somos parte de la misma especie, y entonces lo que le afecta al de al lado me afecta a mí, lo que me afecta a mí afecta al otro”; por eso, “es estúpido querer construir muros que detengan la pandemia afuera”.

Una segunda revelación es la vulnerabilidad de los seres humanos, que aunque han construido civilizaciones enormes y acumulado grandes emporios, éstos “de pronto se derrumban, como la Torre de Babel, porque finalmente somos vulnerables”. Paradójicamente, esa vulnerabilidad “me  hace más fuerte, porque me apoyo en la verdad, y al estar en la verdad, la verdad de sí mismo, de nosotras, de nosotros, eso nos da fortaleza para salir adelante”.

Saberse parte de una sociedad, de una humanidad frágil y vulnerable, da fortaleza. Una fortaleza que no viene de fuera, de lo que se acumula; sino que viene de dentro, del perdón, del encuentro a  profundidad con uno mismo, con una misma. “La confianza viene justamente de lo que somos, no de lo que tenemos, no de lo que construimos, sino de nuestra capacidad de construir. Entonces lo único que poseemos es nuestra  nuda existencia, y ese sabernos poseedores de nuestra existencia desnuda es lo que nos puede dar paz al final de cuentas”.

Cómo mira Dios a la pandemia

En cuanto a Dios, el Padre Fernández mencionó que no se ha desentendido del mundo, y nos mira como una sola humanidad, sin divisiones de raza, de clase o de origen. En la parábola que redacta San Ignacio, la Santísima Trinidad, o Dios, nos mira como una sola familia; y mira de manera especial a los más pequeños, a los excluidos y a los vulnerables.

Hoy en esta pandemia, este Dios, de todo cariño, de toda grandeza, inefable, “miraría primero a las personas que no tienen hogar para confinarse, miraría a los que no tienen respiradores dónde aspirar y mantenerse con vida, miraría probablemente a los migrantes que no tienen posibilidad de acceso al agua para lavarse las manos o para sanitizar sus espacios, miraría a los que han perdido su trabajo, miraría a los que mueren solos, miraría a los que se contagian de coronavirus, miraría a los trabajadores y trabajadoras sanitarios”.

A todos ellos y ellas Dios los miraría, porque están en necesidad, y además los miraría con ternura y se conmovería. “Ustedes conocen al Dios de Israel, de Moisés, que dice, he oído el clamor de mi pueblo, el dolor en el que están, y he decidido bajar para hacer salvación”; entonces decide actuar la Santísima Trinidad, a través de la Encarnación del Hijo de Dios, a quien se manda a hacer redención.

Y Dios viene a nuestro encuentro desde abajo y desde adentro, porque “la salvación no se opera desde arriba y desde fuera, sino se opera desde adentro de la historia y desde abajo de la historia, justo con aquellos a los que les faltan respiradores, los que mueren solos, los que no tienen hogar para confinarse, los que no tienen agua para limpiarse”.

Entonces, para asegurar la vida, Dios viene en lo pequeño, en lo cotidiano, viene en los campesinos que siguen alimentando al país, viene en los enfermeros y en las enfermeras. Por lo que el Padre David aseguró: “Dios está activo y presente, aún ahora, en la pandemia”, aunque quizá lo esté “de forma discreta y silenciosa”.

La videoconferencia

La videoconferencia ‘La pandemia y la primera semana de los ejercicios de San Ignacio’ se realizó por iniciativa de la Dra. Amparo Espinosa Rugarcía, Presidenta de la Fundación Espinosa Rugarcía (ESRU) y Presidenta del Centro de Estudios de Espinosa Yglesias (CEEY), quien invitó al Mtro. David Fernández Dávalos, Rector de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, a dar esta ponencia.

Entre las personas que escucharon la alocución del Padre David se encontraban miembros del patronato de la fundación, como Julio Serrano y Alfonso Ferreira; e integrantes del equipo de trabajo del CEEY, entre otros, Roberto Vélez, Marcelo Delajara y Rodolfo de la Torre.

Texto y foto: PEDRO RENDÓN/ICM

Fuente: https://ibero.mx
Texto publicado en https://jesuitas.lat